jueves, 17 de septiembre de 2020

 El Príncipe Rana

Adaptación del cuento de Jacob y Wilhelm Grimm 




En un reino lejano, vivía un rey que tenía tres hijas, cerca del palacio del rey había un gran bosque y un lago.
A la hija menor le gustaba sentarse en la orilla del lago, se llevaba una bola de oro con la que le gustaba jugar, la tiraba a lo alto y la volvía a coger.

Un día mientras jugaba, la bola de oro fue a parar al suelo y de allí rodó al agua yéndose al fondo.

Se puso muy triste y empezó a llorar, mientras se lamentaba,  escuchó una voz.

 —¿Qué tienes princesa? - la joven miró entonces a su alrededor, para ver de dónde salía la voz, y vio una rana que sacaba del agua su verde cabeza:

 — Pues  lloro por mi bola de oro, que se me ha caído.

 —Tranquilízate y no llores —le contestó la rana—; yo puedo regresártela, pero ¿Qué me darás, si te devuelvo tu juguete? 

—Lo que pidas —le dijo— mis vestidos, mis joyas y hasta la corona dorada que llevo puesta. La rana contestó: 

—Lo que me ofreces no me sirve de nada; pero si me prometes tenerme a tu lado como amiga y compañera , sentarme contigo a tu mesa, darme de beber en tu vaso de oro, de comer en tu plato y acostarme en tu cama, yo bajaré al fondo del lago y te traeré tu bola de oro.

 — Si me devuelves mi bola de oro, acepto. - Mientras decía esto la princesa pensaba que la rana estaba loca y que nunca le cumpliría lo prometido.

La rana, en cuanto recibió la palabra de la joven, hundió su cabeza en el agua, bajó al fondo y un rato después apareció de nuevo, llevando en la boca la bola, que arrojó en la yerba.
La hija del rey, llena de alegría tomó su juguete y se marchó con él corriendo.

 —¡Espera, no me dejes! —le gritó la rana—. Llévame contigo; yo no puedo correr como tú. Pero de poco le sirvió gritar, pues la princesa no le hizo caso dejándola observando.

A la mañana siguiente, desayunaba con su padre y cuando comía en su plato de oro, escuchó ruido en la entrada, poco después alguien llamó a la puerta y dijo:

 —Princesa, ábreme. La joven se levantó y quiso ver quién estaba fuera; pero, en cuanto abrió, vio a la rana del lago. 

Cerró la puerta corriendo, se sentó en seguida a la mesa y se puso muy triste. El rey al ver su tristeza le preguntó:

 —Hija mía, ¿Qué tienes? ¿Hay en la puerta algún gigante y viene a llevarte? 

—¡Ah, no! —contestó— no es ningún gigante, sino una horrible rana.

El rey se quedó pensativo y preguntó  —¿Para qué te quiere?

 — Ayer, cuando estaba jugando en el lago, se me cayó al agua mi bola de oro.

 La rana se ofreció a ayudarme a cambio de la promesa de que sería mi compañera; pero nunca creí que me siguiera. Ahora quiere entrar. 

Entre tanto el animal llamaba por segunda vez diciendo: —princesa, ábreme, cumple tu palabra.

 Entonces dijo el rey: 
—Debes cumplirle lo que le has prometido, ve y ábrele. 

La joven fue y abrió la puerta y entró la rana, yendo siempre junto a sus pies hasta llegar a su silla y dijo:

 — Siéntame contigo. La niña no quería pero su padre la observó con severidad.

  —Ahora acércame tu plato y  comeremos juntas y tu vaso para beber agua. 

La rana comió mucho, pero dejaba casi la mitad de cada bocado. Al fin dijo: 

—Estoy harta y cansada, llévame a tu cuarto y acuéstame  en tu cama y dormiremos juntas.

La hija del rey no creía lo que decía el animal, pensar en dormir con esa fea y fría criatura  no le parecía.

 Pero el rey le dijo:
 —No desprecies a quien tan amablemente te ayudó.

La princesa subió a su habitación  y la rana le ordenó que la recostara, la joven se enojo mucho así la que la tomó y la arrojo contra la pared con mucha fuerza.

Se arrepintió y cuando corrió a ver como estaba la rana, vio que se convertía en un apuesto joven, le contó que era un príncipe que había sido hechizado por una bruja pero gracias a que ella le prometió llevarlo  y lo recibió en su casa , le dio de su plato y vaso de comer y beber y la llevó a su habitación el hechizo se rompió.

Decidieron casarse así que regresaron al reino del príncipe.

En el carruaje iba el fiel ayudante del joven llamado Enrique, quien cuando se enteró lo que le pasó a su amo, se puso tres varillas de hierro encima del corazón para que no estallara del dolor y la tristeza.

Cuando recorrieron un poco el camino oyó el hijo del rey una cosa que sonaba detrás, como si se rompiera algo. Entonces se volvió y dijo:

 —¿Enrique, se ha roto el coche? 
—No, no es el coche lo que falla, es una varilla de mi corazón, la cual fue puesta ahí cuando usted fue convertido en rana y lo encarcelaron a vivir en el lago. 

Sonó el mismo ruido otras dos  veces ya que el siervo estaba muy feliz de que el hechizo se hubiera roto y su corazón se libero.

Al llegar al reino los jóvenes se casaron y fueron muy felices para siempre.

Fin

Moraleja
Recuerden que cuando prometemos algo hay que cumplirlo ya que nuestra palabra es importante y a veces cuando ayudamos a las personas podemos tener agradables sorpresas





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